
Después del fallecimiento de mi suegra, que solía enviarnos dumplings caseros cada año, mi esposo extrañó mucho el sabor. La idea de hacerlos yo misma me parecía desalentadora, pero con su constante ánimo, decidí intentarlo, a pesar de mis torpes manos.
Para mi sorpresa, mi esposo se puso un delantal y se unió; su entusiasmo llenó la cocina. Cuando nuestro hijo vio los dumplings recién hechos, bromeó diciendo que podíamos abrir una tienda de dumplings.
Ahora, hacer dumplings en casa se ha convertido en un evento anual para nuestra familia. Es un momento maravilloso para unirnos y compartir el proceso. Este evento trae doble felicidad, una al prepararlo y otra al disfrutarlo.