
—¿Necesitas aceite de sésamo? Estaba de oferta, así que compré algo extra.
—Todavía tengo suficiente. Mi suegra siempre lo hace por nosotros.
—Qué suerte tienes. Yo tengo que comprar el mío.
Nunca me he visto en la necesidad de comprar aceite de sésamo. Cada día festivo, mi suegra me daba una botella, diciéndome:
—Lo he prensado con semillas de sésamo domésticas; no te molestes en comprarlo, usa este. Al reflexionar ahora, entiendo el esfuerzo silencioso que hizo durante años: comprar buenas semillas de sésamo en el mercado, lavarlas, secarlas en casa y llevarlas al molino para prensarlas, todo para poder ofrecernos lo mejor.
Sin embargo, lo había dado todo por descontado. Aceptaba el aceite de sésamo sin pensármelo dos veces, incapaz de reconocer el amor vertido en él. Ahora, cuando veo la botella a medio usar junto a una nueva y fresca, finalmente siento su corazón. Cuando quito la tapa, un rico aroma se eleva suavemente, llevando consigo el inconfundible aroma del amor.