
“Me encantaría abrazar a cualquiera de mis antiguos amigos en este momento. Es un consuelo; lo experimenté hoy al despedirme de mis seres queridos antes de morir. [...] La vida es un regalo, la vida es felicidad, cada minuto podría haber sido una eternidad de felicidad”.
A la edad de 28 años, un hombre se encontraba en la plataforma de ejecución, condenado por sus creencias antigubernamentales. Le dieron cinco minutos fi nales para refl exionar sobre su vida. Frente a la muerte, ya no sentía el frío intenso del viento invernal, e incluso la frialdad de la tierra que se sentía bajo los pies descalzos parecía incomparablemente preciosa y hermosa. Una ola de arrepentimiento lo invadió: “¿Por qué no me había dado cuenta de esto antes?”. Justo entonces, llegó una orden para detener la ejecución. Su sentencia de muerte fue conmutada por el exilio, y escapó por poco de la muerte.
Se trata de Fiódor Dostoievski, quien se convertiría en una de las mayores figuras literarias de todos los tiempos, escribiendo obras maestras como Crimen y castigo, El idiota y Los hermanos Karamazov. La carta citada anteriormente fue escrita a su hermano el mismo día en que regresó del borde de la muerte. A partir de ese momento, Dostoievski nunca se quejó de dolor o difi cultades. Se volvió más generoso en su visión de los defectos de los demás y desarrolló el hábito de apreciar incluso las alegrías más pequeñas de la vida.
El verdadero valor de lo que es precioso a menudo se hace evidente solo cuando estamos a punto de perderlo, o cuando ya se ha ido. ¿No es esto también cierto en nuestra vida diaria? El hoy es el mañana anhelado de quienes fallecieron ayer. Apreciemos cada día y llenémoslo de gratitud.
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