
Para lograr un propósito, primero debe establecer una meta. Un propósito es una idea abstracta, que es la intención o dirección que desea seguir, mientras que una meta es un objetivo concreto que debe alcanzarse a través de la acción para cumplir ese propósito. Por lo tanto, un plan es el desglose de ese objetivo en pasos más pequeños y manejables y acciones específi cas.
Por ejemplo, imagine una familia planeando un viaje a una isla para ir a pescar y disfrutar juntos de platillos con mariscos, con la esperanza de fortalecer su vínculo. En este caso, el propósito es la armonía familiar, el objetivo es realizar el viaje y el plan implica pescar y compartir un banquete de mariscos.
¿Pero es necesario seguir siempre nuestro plan original exactamente como se planeó para lograr nuestro propósito? La gente muchas veces cree que las cosas irán bien solo si todo sucede de acuerdo con el plan. Como resultado, pueden mostrarse reacios a realizar cambios, especialmente cuando se ha invertido mucho tiempo y refl exión en el proceso de planifi cación.
Sin embargo, el futuro es impredecible, e incluso los planes mejor elaborados pueden verse alterados por circunstancias inesperadas. Por eso, debemos ser fl exibles y reconocer que los planes pueden y, a veces, deben cambiar. (Por supuesto, si las cosas se desmoronan simplemente por pereza o falta de esfuerzo, eso es otro asunto completamente diferente). Si nos aferramos demasiado a un plan, corremos el riesgo de perder de vista el propósito original. Pensemos nuevamente en el ejemplo anterior. Si la familia termina discutiendo porque sus planes de pescar o comer mariscos no funcionaron, entonces el propósito original de la armonía familiar ya se ha visto comprometido. Al fi nal, lo más importante no es el plan, sino el propósito.
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