Cuando tiene hambre, come. Si quiere que su entorno esté limpio, barre y limpia. Si quiere aprender algo, lee libros o hace una búsqueda en línea para estudiar. Entonces, ¿qué necesita hacer para ser feliz? Necesita cuidar de sus emociones.
Las emociones a menudo contrastan con la lógica, pero simplemente describen nuestros estados de ánimo y sentimientos en respuesta a las personas, eventos y situaciones. Desde el momento en que nos despertamos hasta que nos dormimos, e incluso en nuestros sueños, experimentamos emociones. Como el cielo que se vuelve soleado, luego nublado, luego tormentoso antes de aclararse de nuevo, las emociones fluctúan. La calma se convierte en tristeza, la ira surge y luego se desvanece, la alegría va y viene.
Estas olas emocionales son la prueba de que estamos vivos, y son poderosos motivadores. Abrazamos a nuestros seres queridos cuando nos alegra verlos, llamamos a nuestros amigos cuando nos sentimos solos, nos quedamos despiertos toda la noche haciendo cosas que disfrutamos, estudiamos más cuando estamos ansiosos por un examen y tratamos de reparar las relaciones cuando nos sentimos culpables. Cada emoción, agradable o no, tiene un propósito y un mensaje. Incluso las emociones negativas tienen su lugar. El verdadero problema es cómo respondemos a ellas. Cuando no las gestionamos bien, la felicidad se aleja lentamente de nuestro alcance.
Usted es el capitán de sus emociones
Para evitar ser arrastrado por sus sentimientos, debe ser el capitán que dirige el barco de su corazón. Al igual que el clima se forma naturalmente a partir de muchos elementos, las emociones surgen naturalmente de factores internos y externos. No son “correctos” o “incorrectos”. No necesita pedir permiso para sentirse de cierta manera: “¿No se molestaría alguien si oyera esto?” o: “¿Estoy siendo demasiado sensible por sentirme así?”. Aunque los demás no entiendan ni aprueben sus sentimientos, eso no hace que sean menos válidos. Así como un marinero experimentado se adapta al viento y la lluvia, depende de usted sentir y luego gestionar sus emociones con sabiduría.
Muchos dicen: “Me siento así por esa persona” o “por esa situación”. Pero cuando decimos esto, básicamente estamos entregando el timón de nuestras emociones a otra persona. Aun cuando algo externo haya provocado la reacción, la emoción en sí sigue siendo nuestra. No fue creada por lo que sucedió fuera, sino que se formó dentro de nosotros, a través de un proceso de pensamiento e interpretación. Cuando echamos la culpa de cómo nos sentimos a los demás o a nuestras circunstancias, ya no actuamos como dueños de nuestras emociones. Una forma más precisa de decirlo sería: “Me siento así por cómo interpreté esa situación o el comportamiento de esa persona”.
En la vida, inevitablemente experimentaremos momentos de preocupación, ira o decepción. Pero lo que realmente importa es recordar que tenemos la última palabra en la forma de responder emocionalmente. Ya sea que los sentimientos sean agradables o desagradables, surgen en nuestro interior. Y cuando tomamos posesión de nuestras emociones, obtenemos el poder de cuidar nuestros sentimientos negativos y de aferrarnos a los positivos un poco más.
Mirando de cerca las emociones negativas
Nadie puede impedir que las emociones surjan; lo que importa es cómo respondemos a ellas. Esa es la verdadera habilidad. Los niños a menudo confunden el sentimiento de enojo con la expresión de ira. Piensan: “Estoy enojado, así que gritar es el siguiente paso natural”. Pero sentir algo y actuar con respecto a ello son dos cosas muy diferentes. No puede cambiar el clima, pero puede aprender cómo responder a él. Lo mismo sucede con los seres humanos.
Las emociones positivas rara vez causan problemas cuando se expresan. Pero cuando actuamos impulsivamente sobre las emociones negativas, corremos el riesgo de herir a aquellos que queremos o dañar las cosas que nos importan. Desahogarse no siempre conduce al alivio, y reprimirlo puede provocar estallidos emocionales en el futuro. Las emociones reprimidas tienden a acumularse con el tiempo hasta que finalmente estallan .
Para calmar las emociones negativas, comience por entenderlas. En lugar de simplemente decir: “Estoy molesto” o “Me siento terrible”, pregúntese: “¿Por qué estoy molesto?” e intente rastrear la emoción hasta su origen. En este punto, es importante separar los pensamientos de los sentimientos. Expresiones como: “Siento que me están ignorando” o “Esto parece injusto” no son emociones reales, son interpretaciones.
A menudo, nuestras emociones están moldeadas por la forma en que interpretamos una situación o las palabras de alguien. Así que pregúntese: “¿Es real este pensamiento o es solo mi suposición? ¿Tengo alguna evidencia de ello?”. La misma situación puede llevar a respuestas emocionales muy diferentes, dependiendo de cómo pensemos al respecto. Los pensamientos positivos tienden a generar emociones positivas, mientras que los pensamientos negativos hacen lo contrario. Cuando aprende a observar sus emociones desde la distancia, crea un espacio para hacer una pausa, reflexionar y evitar acciones impulsivas de las que podría arrepentirse más adelante.
La felicidad (y la infelicidad) se convierte en un hábito
Algunas personas parecen felices sin importar lo que pase, mientras que otras siempre parecen tristes. Pero eso no significa que un grupo tenga toda la suerte. A menudo, no es la situación en sí, es cómo la interpretamos y respondemos a ella. Y con el tiempo, esas respuestas se convierten en hábitos.
El cerebro no siempre elige lo que le resulta mejor, elige lo que le resulta familiar. Si a menudo reacciona negativamente, su cerebro se conecta para responder de esa manera. Incluso las emociones negativas pueden empezar a sentirse “normales”, mientras que la felicidad puede resultar desconocida o incluso incómoda. Debido a que el cerebro refuerza los patrones emocionales familiares, cuanto más a menudo recordamos sentimientos agradables y mantenemos una mentalidad alegre, más positivamente percibimos y respondemos a los eventos externos.
Los psicólogos dicen: “La felicidad no se trata de intensidad, sino de frecuencia”. En otras palabras, alguien que a menudo experimenta pequeños momentos de alegría tiende a ser más feliz que alguien que solo experimenta grandes euforias ocasionales. Obtener un ascenso, recibir un regalo sorpresa o celebrar un gran éxito es una sensación increíble, pero esos momentos son poco frecuentes. Si confiamos solo en ellos para sentirnos felices, la vida se sentirá decepcionante. Pero si aprendemos a notar las alegrías cotidianas, creamos un flujo constante de felicidad. Y cuando llegue el estrés, nos recuperaremos más rápidamente porque hemos entrenado nuestros corazones para encontrar lo bueno.
Nos demos cuenta o no, nuestros hábitos emocionales moldean nuestras vidas. Así que, incluso cuando enfrentamos tareas que no nos gustan o personas que preferimos evitar, podemos elegir cómo reaccionar. Y cuando seguimos eligiendo emociones positivas, una y otra vez, esas elecciones se convierten en hábitos, y esos hábitos se convierten en felicidad.
Es reconfortante saber que la línea entre la felicidad y la infelicidad está dentro de nosotros, y que tenemos el poder de dirigirla. No tenemos que esperar a que alguien cambie, o a que nuestras circunstancias mejoren. Podemos elegir la felicidad para nosotros mismos. No es exagerado decir que la manera en que gestionamos nuestras emociones, especialmente en una dirección positiva, juega un papel importante en la formación de nuestra calidad de vida.
Piense en ello como una estación de agua de autoservicio en un restaurante. Si hay un cartel que dice “Agua de autoservicio”, no se sienta allí a esperar a que alguien se la traiga, sino que se levanta y llena su propio vaso. La vida funciona de la misma manera. Nadie se acercará y dirá: “Aquí tiene, su felicidad está lista”. Tiene que ir y conseguirla usted mismo. Porque al final, la felicidad no se la darán servida, es algo que usted mismo se sirve.