Una noche, decidí preparar bibimbap (un plato coreano de arroz al vapor cubierto con verduras variadas, carne, un huevo frito y salsa agridulce de gochujang [pasta de pimiento rojo coreano], todo mezclado antes de comer) para cenar, pero me di cuenta de que se nos había acabado el aceite de sésamo. Pensé en sustituirlo por aceite de perilla, pero cuando miré en el refrigerador, tampoco quedaba. Era la primera vez que nos quedábamos sin aceite y me sentí extrañamente inquieta. Sin dudarlo, envié un mensaje a mi madre:
—Mamá, se nos ha acabado el aceite de sésamo. ¿Podría enviarme un poco, o quizá algo de aceite de perilla?
Cuando pedía algo a mi madre, siempre llegaba un paquete en dos días, sin falta. Pero esta vez, pasó una semana y no llegó nada.
Unos días después, mi hermana menor me llamó tarde en la noche y me comunicó que había hablado con mamá, quien no se encontraba bien.
—¿Pero sabes algo? Me recomendó no decir nada. No quería preocuparte.
Después de colgar, llamé inmediatamente a mi madre, fingiendo no saber nada.
—Mamá, cada vez hace más frío. ¿Cómo ha estado? No se le escucha muy bien. Si no se siente bien, debería ir al médico.
—No te preocupes. Ya fui al hospital...
—¿Al hospital?
Esa sola palabra fue suficiente para empezar a presionarla con preguntas. Mi madre, normalmente acostumbrada a dormir a las 9 p. m., admitió que últimamente no había podido conciliar el sueño hasta el amanecer. Había estado luchando con dolores de cabeza, mala digestión y pérdida de apetito. Tenía la voz ronca y respiraba con dificultad. Sin embargo, al final de la llamada, dijo:
—Por cierto, dijiste que te habías quedado sin aceite. Siento no haber podido enviártelo.
Oírla preocuparse por algo tan insignificante mientras estaba mal me hizo sentir profundamente avergonzada. Dejé escapar una risa incómoda.
—Sí, es extraño. Nunca se nos había acabado así.
—Es solo porque no me he sentido bien. No pude ocuparme de ello con antelación.
Desde que tengo memoria, mi madre disfrutaba enviándonos gochujang (pasta de pimiento rojo), doenjang (pasta de soja), semillas de sésamo, frutas y otros alimentos caseros, siempre antes de que se agotaran. Nunca tuve la despensa vacía, porque ella siempre se aseguraba de no dejarla así. El aceite de sésamo era solo una pequeña parte del amor constante derramado en nuestras vidas. Pero ahora, con su enfermedad, una pequeña onda había perturbado la superficie antes tranquila de mi vida cotidiana.
Solo entonces me di cuenta: la normalidad cotidiana que daba por descontada se mantenía silenciosamente gracias al amor de mi madre.
—¿Y si mamá no estuviera aquí? —me pregunté por primera vez.
La idea me golpeó como una piedra rompiendo un jarrón de cerámica: lo que antes parecía estable, de repente se desmoronaba. Incluso estando ocupada con la agricultura, mi madre había prestado mucha atención a preparar y enviar todo lo necesario para sus hijos. Y ahora, a pesar de su propio sufrimiento, seguía preocupada por no poder enviarme aceite de sésamo. Aquel pensamiento me atravesó el corazón.
Esta noche, oro por la salud de mi madre. Sin embargo, en el fondo, me avergüenza pensar que tal vez sea un deseo egoísta, algo para mi propia tranquilidad.